El veterano Barry Levinson nos ofrece una curiosa mezcla de conceptos en esta... ¿comedia dramática? en la que Pacino es el protagonista absoluto.
No pasará como uno de sus títulos más conocidos, aunque sí que ofrece momentos interesantes, pese a la mezcla de estilos y conceptos, que termina encontrando un cierto equilibrio según avanza el visionado. Y es que por momentos Pacino nos ofrece una fascinante interpretación de sí mismo ensayando, en otros al mejor Shakespeare en sus manos, a ratos una especie de Woody Allen absurdo y surrealista reencarnado, y la introspección más arrasadora se mezcla con la comedia de nivel de exigencia medio/bajo...
A pesar de esta mezcolanza, en la que a veces es complicado discernir si uno se tiene que reír o llorar con el personaje (o ambas), y a que el equilibrio del peso interpretativo cae en exceso en el veterano actor, sí que ofrece momentos perdurables: Para empezar, con el propio Pacino casi susurrando...su voz y su oficio son magia....y el contraste entre la seriedad e intensidad de su personaje en ese inicio susurrante con la concentración de su interpretación (doble, puesto que su personaje es un actor en crisis) sobre las tablas... al tiempo que saca el lado más quebradizo de un actor en crisis personal y profesional...
Falta alguien que de una verdadera réplica a su trabajo. No es que su compañera de reparto lo haga mal. De hecho el inicio de su entrada en escena es extraordinario. Pero la construcción de su personaje se queda en eso, y todo lo que viene detrás pierde consistencia porque queda en apenas la estructura. A pesar de eso, escenas como la discusión sí que muestran lo estupendos intérpretes que son ambos, con un nivel de realidad que a veces duele y asusta, e impacta.
Pero bueno, no está tan mal, ¿no?...
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