Cuando el atisbo de una película de autor en la que se contrastan dos personajes que nada tienen que ver entre sí (un hombre negro de mediana edad e inquietudes lectoras, aparentemente con una vida tranquila y ordenada, pero que parece esconder algo de su pasado; una joven prostituta que encuentra tal vez lo único interesante y positivo de su vida en esos pequeños instantes de descanso en la cafetería en que coincide con el hombre de mediana edad) muere a los pocos minutos (pese a que Washington y Moretz son buenos intérpretes, sobre todo la segunda, pero siempre efectivo el primero) por imperativo conceptual del estudio que realiza el producto, mal vamos.
Los buenos intérpretes, y un inicio al menos suficiente para querer saber más, no valen cuando el criterio que se busca es el de que todo sea una excusa para que en vez de contar una historia, el prota se yerga como vengador absoluto de los abusos de los malvados, golpeando, masacrando y acabando con uno tras otro hasta que ninguno quede de pie. Para eso no necesitábamos el gancho engañoso de los intérpretes, señor dueño de la película...bastaba con Van Damme, Lundgren o el cachas de turno...
Prescindible a más no poder...
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