Absorbentemente atractiva merced a sus grandes protagonistas (y secundarios) y a su trama a múltiples niveles, House of Cards es una de las grandes series actuales de TV. Seria, atrayente, con unos personajes bien construidos, complejos y tridimensionales, y por supuesto con esa luz central que siempre atrae al público tal y como las luces atraen a los insectos: con el deseo de poder e influencia como esencia de todo.
La base de la trama se encuentra en La Casa Blanca, ese castillo de naipes en el que los equilibrios son tan efímeros y cambiantes que cualquier previsión puede quedar en papel mojado en instantes. Acompañaremos al protagonista, el inteligente, previsor y ambicioso congresista Frank Underwood (un soberbio Kevin Spacey) a través de los resortes del poder, de su funcionamiento básico y de su manipulación para conseguir influencia, ayuda, cooperación, cargos y poder.
No sólo el poder político tiene su importancia. También lo tiene la psicología de los personajes, los resortes mentales que hacen que determinados personajes cedan, luchen, sepan asumir su situación o no. Las relaciones entre unos y otros marcarán también los hilos conductores de la historia, según interaccionen.
Los media son otro de los poderes en el tablero. ¿Serán efectivamente un resorte que limite al Capitolio en caso de necesitarse?
Los cambios que la sociedad actual sufre a múltiples niveles, la base humana que siempre nos ha regido desde que aparecimos en el planeta y mucha, mucha mierda oculta, son algunos de los ganchos que harán que no quieras dejar de ver capítulos. Y lo mejor es que esto no ha hecho más que empezar...
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